La alteración de la identidad en los pacientes con TLP en el ámbito clínico
Uno de los criterios clínicos para establecer el diagnóstico de Trastorno Límite de la Personalidad según el DSM V se refiere a la alteración de la autoimagen y del sentido del Yo. Muchas personas manifiestan no encontrar una identidad propia y lo suelen expresar en la sesión con frases como: “sé cómo debería ser, qué tendría que hacer, pero no puedo”; “debería hacer esto o aquello, pero soy incapaz”. Esa “conciencia de rareza” y de extrañeza, suele llevarlos a sentir una gran sensación de frustración y culpabilidad, ya que suelen no poder describir cómo son o qué les gusta hacer, de allí que para el terapeuta resulte compleja la construcción de un motivo de consulta.
Algunos pacientes demuestran además ser inconstantes en el ejercicio de sus responsabilidades y expresan que se aburren con facilidad. Otros, describen una sensación de vacío “que no son capaces de llenar con nada”, lo que con frecuencia les lleva a iniciar varios proyectos a la vez y a proponerse objetivos difíciles de alcanzar, encontrando múltiples dificultades a la hora de establecer prioridades y organizarse, llevándolos a convivir con una gran carga ansiógena casi en forma permanente. Esta “falta de constancia” estaría relacionada con a la dificultad para asumir roles sociales y a la tendencia a funcionar bajo expectativas ajenas a ellos como modo de validarse externamente. En este sentido, no es extraño que el terapeuta tenga la sensación de que en cada consulta tenga que partir nuevamente desde el inicio, ordenando el caos interno para poder darle continuidad al proceso.
Según San Juan, Moltó y Rivero (2005), algunos de los síntomas que manifiestan los pacientes con TLP en el ámbito identitario se asemejan a los que sufren los pacientes con trastorno por estrés postraumático. En este sentido se entenderían las alteraciones de la
identidad como fenómenos disociativos, lo que reflejaría la interrelación existente con otros criterios diagnósticos como la impulsividad, la inestabilidad afectiva, producto de una notable reactividad del estado de ánimo, y la ideación paranoide transitoria relacionada al estrés y a síntomas disociativos agudos. En el ámbito clínico, los terapeutas solemos presenciar este aspecto en el discurso estereotipado y aparentemente sin conexión del paciente, de allí que uno de nuestros objetivos sea “conectar” la experiencia afectiva y trabajar así en las distorsiones cognitivas presentes. En este punto, el rol del terapeuta resulta clave, ya que tiene el desafío activo de identificar los conectores faltantes y ayudar al paciente a “romper” con la estereotipia discursiva.
En muchos casos, las personas con TLP han experimentado estilos de apego inseguros durante su infancia, lo que influye significativamente en la manera como perciben las relaciones y gestionan sus emociones en la adultez, ya que éstas suelen desencadenarse frente al miedo al abandono o al rechazo. Es así como estos pacientes pueden llegar a esforzarse en forma considerable por complacer a la figura del terapeuta, a quien suelen envestir de una gran idealización que contratransferencialmente puede tomar la forma de una rotunda demanda a la que el clínico sienta que debe responder. Lo cierto, y según mi experiencia, es que las personas con TLP suelen anclar el proceso terapéutico más en la búsqueda de un vínculo seguro que en soluciones para aquello que los aqueja, ya que cada instancia de contención terapéutica, configura un pequeño acto de reparación a la calidad de sus vínculos primarios.